viernes, 30 de diciembre de 2011

Primer mensaje en una botella de Garret Blake a su esposa Catherine







"...y en momentos como ése sé cuál es el sentido de mi vida (...) Pero entonces, como siempre, empieza a formarse la niebla alrededor de nosotros (...) Se arrastra lentamente, (...) cercándonos como para impedirnos escapar (...), como una nube rodante, cada vez más espesa, hasta que no queda nada..."

22 de julio de 1997

Querida Catherine:


     Te añoro, amor mío, como siempre, pero hoy es más difícil porque el mar me ha estado cantando, y la canción que canta es la de nuestra vida juntos. Casi puedo sentirte a mi lado mientras escribo esta carta, y huelo ese perfume de flores silvestres que siempre me recuerda a ti. Pero ahora esas cosas no me producen ningún placer. Tus visitas cada vez son menos frecuentes, y a veces siento como si la mejor parte de mí se estuviera escabullendo lentamente..
     Pero de todos modos lo intento. Por la noche, cuando estoy solo, te llamo, y cuando más inmenso parece mi dolor, tú todavía encuentras la forma de volver hasta mí. Anoche, en mis sueños, te vi en el rompeolas cerca de Wrightsville Beach. El viento agitaba tu cabello, y la luz del sol poniente se reflejaba en tus ojos. Te veo apoyada en la barandilla, y me sobrecojo. Eres hermosa, pienso al verte, una visión que ya nunca encuentro en nadie más. Lentamente echo a andar hacia ti, y cuando por fin te vuelves hacia mí, veo que otros también te han estado observando. "¿La conoces?", me preguntan con susurros celosos, y tú me sonríes, y yo contesto sencillamente la verdad. "Mejor que a mí mismo". 
     Cuando llego junto a ti me paro y te abrazo. Ése es el momento que más anhelo. Es lo que me mantiene vivo. y cuando tú me abrazas, me entrego a ese momento, y vuelvo a encontrar la paz. 
     Levanto la mano y te acaricio la mejilla, y tú ladeas la cabeza y cierras los ojos. Mis manos son ásperas, y tu piel es suave, y me pregunto si te apartarás, pero no lo haces, claro. Nunca lo has hecho, y en momentos como ése sé cuál es el sentido de mi vida.
     Estoy aquí para amarte, para abrazarte, para protegerte. Estoy aquí para aprender de ti y para recibir tu amor a cambio. Estoy aquí porque no hay otro sitio donde estar. 




     Pero entonces, como siempre, empieza a formarse la niebla alrededor de nosotros, que seguimos abrazados. Es una niebla distante que surge del horizonte, y me doy cuenta de que a medida que se acerca empiezo a tener miedo. Se arrastra lentamente, envolviendo cuanto nos rodea, cercándonos como para impedirnos escapar. Lo cubre todo, como una nube rodante, cada vez más espessa, hasta que no queda nada salvo nosotros dos.
     Noto que se me empieza a cerrar la garganta y que mis ojos se llenan de lágrimas porque sé que tienes que marcharte. La mirada que me diriges en ese momento me sobrecoge. Siento tu tristeza y mi propia soledad, y el dolor de mi corazón, que se había quedado callado durante un rato, aumenta cuando me sueltas. Y luego extiendes los brazos y retrocedes hacia la niebla, porque ése es tu lugar, y no el mío. Quiero ir contigo, pero tu única respuesta es sacudir la cabeza porque ambos sabemos que eso no es posible.
     Y te miro con el corazón desgarrado mientras tú tu esfumas lentamente. Me esfuerzo por recordar cada instante de ese momento, por recordarte. Pero pronto, siempre demasiado pronto, tu imagen desaparece, y la niebla retrocede hacia la lejanía, y yo me quedo solo en el rompeolas y no me importa lo que puedan pensar los demás cuando agacho la cabeza y lloro, lloro, lloro. 


Garrett






Kevin Costner y Robin Wright, en Mensaje en una botella (1999), de Luis Mandoki






Fuente: Nicholas Sparks, El mensaje, Ediciones Salamandra, Barcelona 2002.
Traducción de Gemma Rovira Ortega.





jueves, 29 de diciembre de 2011

Carta de Vicente Huidobro a Guillermo de la Torre


Vicente Huidobro

París, 30 de Enero de 1920



Querido amigo:

Me pregunta Ud. por qué no escribo a España, y bien puesto que soy un hombre franco y leal debo decirle a Ud. la verdad ruda: porque estoy asqueado de la conducta de esos literatillos de vuestra tierra para conmigo y no quiero saber nada de lo que pase por allá.
Creo que esto es bien simple y excepción hecha de Mauricio Bacarise y Ramón Prieto creo que la inmensa mayoría de los otros no son sino unos aprovechados arribistas y unos bobos que desacreditan con sus confusiones  y sus producciones ineptas la seriedad de algo que yo estoy obligado a defender más que nadie.
Maldita mil veces la hora que pasé por España y os revelé parte de mi secreto tan querido y tan digno por su verdad y su pureza de mayor suerte y mayor respeto.
Unos me han estropeado con la falsificación y la confusión respecto a la poesía misma y los otros queriendo robarme lo que era mío para ponerlo en la cabeza de Apollinaire, de Reverdy o de cualquier otro imbécil.



Miguel Hernández aparece en la última fila, el tercero por la derecha. 
Justo a su izquierda está Pablo Neruda y, delante de él, Guillermo de Torre. 
(Imagen tomada en el Homenaje a Hernando Viñes). 


Y lo que es más cómico ésto lo hacen individuos a quienes les he revelado sin miedo la existencia de esos otros y que al principio se espantaban y abrían la boca y los ojos con gestos de niños bobos. Ahora resulta que saben más que yo de lo que yo les he enseñado y creen satisfacer su envidia con vestir de adornos ajenos a otros poetas que no conocen, adornos robados de aquel que conocieron... Helas!!!

Felizmente aquí las cosas se pasan muy de otra manera y toda la gente grande ve la diferencia y la distancia que hay entre este buen Huidobro y los otros.

Guillermo de la Torre,
por Gregorio Prieto

Así hoy todos han visto y palpado la diferencia entre los comediantes como el infeliz Cocteau, el otro desgraciado de Reverdy y yo.
Todavía ellos (y todos aquí) siguen siendo poetas descriptivos, aún no pueden escapar de lo que ellos pretenden haber gritado y hecho antes que yo, y con eso queda demostrado quién ha sido el primero.
Reverdy, a quien considero un mal discípulo mío, como dije a Ud. allá que respondía a su carta, está completamente muerto y en vano me tiende la mano con una mirada lastimera pues ahora vengo en justiciero y en quijote, lanza en ristre, a defender lo mío y separarlo de las malas compañías y las camaraderías equívocas, y no sanar moribundos.
Anteayer el diario Le Temps Sonday le da un palo a Reverdy y le dice exactamente lo que yo le dije a Ud. de él hace poco en Madrid: que sus versos son descripciones cortadas y como notículas al margen de algo. 
En cambio toda la gente que sabe dice que soy el único que no es descriptivo ni anecdótico, y en el cual todo es creado por el poeta.
Huidobro

¡Lo que vengo sosteniendo desde el año 1915!
En fin ya sabe Ud. por qué no quiero escribir hacia esos lados. Estoy arto de los pic-pockets literarios. No me refiero a los poetas que hicieron verdadero creacionismo sino a los ladrones de paternidad.
Manuel María Durand en una carta que me contesta desde Oviedo culpa a Ud., amigo Guillermo, y a Cansinos de haberme presentado al público español como habiendo hayado en España lo que ya existía en Francia.
¡Tanto existían que aún en 1920 no logran, a pesar de que estrujan los sesos hacer un poema creado!
Guillermo de la Torre
Por eso no quiero escribiros, porque vosotros no aclaráis las cosas y dejáis cundir, con agrado quizás, la confusión y el caos y porque yo pienso atacaros a todos los que han procedido mal conmigo, y muy rudamente, en mi próximo libro sobre estética.
Ya verá Ud. lo que os digo y sobre todo a Cansinos a quien si le ve le ruego decir de mi parte que se resigne ante la verdad y no busque más padrinos al Creacionismo porque no los encontrará ni en Mallarmé ni en nadie y verá cómo yo le respondo en mi libro.
No quiero saber nada con la estupidez bullanguera,llámese dadaísmo, futurismo o ultraísmo. Soy felizmente algo más serio. Afectuosos saludos.

Vicente Huidobro


Posdata.- Le ruego advierta a Cansinos y a todos que prohibo reproducir cosas mías sin mi permiso.



FUENTES: texto publicado en Vuelta 175, Junio de 1991. 
Ver también una reproducción del mismo en el
Menos conocido que Huidobro, a Guillermo de la Torre (1900-1971) si queremos rendirl unas palabras, dada su vinculación con las vanguardias literarias españolas sobre las que levantó su territorio, desde 1965, la editorial EL TORO DE BARRO. Poeta, ensayista y crítico literario y de arte de la Generación del 27, fundó con Pedro Garfias y otros en 1919 el ultraísmo, a cuya advocación encomendó su revista Reflector, de la que salió un sólo número en el que colaboraron, entre otros, Jorge Luis Borges, Gerardo Diego, Ramón Gómez de la serna, Juan Ramón Jiménez  y  Paul Éluard. Colaboró también con otras revistas ultraístas, como la sevillana Grecia (1919-1920), Cervantes (1919-1920), Ultra (1921-1922), Tableros (1922), Horizontes y Cosmópolis. Participo en La Gaceta Literaria y en la Revista de Occidente.

Traductor de Paul Verlaine y Max Jacob, se convirtió en uno de los grandes estudiosos de las vanguardias. En 1925 publicó Literaturas europeas de vanguardia, que fue corregida y ampliada posteriormente en tres tomos bajo la  denominación Historia de las literaturas de vanguardia (1965). Como escritor, su último poema conocido - “Balneario”-  apareció en 1926 en las páginas de El Estudiante. 


Emparentado familiarmente con Jorge Luis Borges, se marchó a Argentina en 1928, en donde colaboró con la Gaceta Americana, y volvió a España en 1932, para desplegar una abigarrada reflexión crítica en las más importantes revistas y diarios del país. Exiliado con su esposa Norah Borges en Buenos Aires tras el comienzo de la Guerra Civil, se convirtió en uno de los pilares de la prestigiosa Editorial Losada, ejerció como catedrático de Literatura en la Universidad de Buenos Aires y se dedicó a la crítica literaria y artística. Allí dirigió la edición de las “Obras completas” de Federico García Lorca y dio cobijo en sus colecciones a Alberti, Cernuda, Bergamín, Faulkner, Kafka, Albert Camus, Moravia, Malraux y tantos otros. Colaboró en gran número de periódicos españoles y americanos dedicados con preferencia a la crítica. Se quedó casi ciego como Borges, su cuñado. Murió en Buenos Aires el 14 de enero de 1971. Sus restos descansan en el Cementerio de la Recoleta, Buenos Aires, junto a los de su mujer Norah Borges y los de su suegra, Leonor Suárez Acevedo (Ver El eco hernandiano).




viernes, 23 de diciembre de 2011

Carta a su novia de un soldado alemán esperando la muerte en el frente de Stalingrado





Soldado alemán muerto en Stalingrado.


"A mi alrededor todo se derrumba, un ejercito entero muere, el día y la noche arden..."

Mi vida no ha cambiado en nada; es ahora como hace diez años, bendito por las estrellas, maldito por los hombres. No tuve amigos, y tú sabes por qué no querían saber nada de mí. Era feliz cuando podía sentarme al telescopio y mirar al cielo y al mundo de las estrellas, feliz como un niño al que le permiten jugar con los astros.
... Fuiste mi mejor amiga, Mónica. Sí, lees bien, fuiste. El momento es demasiado serio como para bromas. Esta carta tardará en llegarte dos semanas. Por entonces ya habrás leído en los periódicos lo que ha tenido lugar aquí. No pienses mucho en ello, porque en realidad todo habrá terminado de forma diferente; deja que los demás se preocupen de la "película de los hechos".¿Qué son ellos para ti o para mí? Siempre pensaba en años luz, pero sentía en segundos. Además, aquí tengo mucho trabajo con el tiempo. Somos cuatro, y si las cosas continúan como hasta ahora podemos darnos por contentos (...)
Lo que hacemos es muy sencillo. Nuestro tarea consiste en medir las temperaturas y la humedad, informar sobre la visibilidad y los bancos de nubes.
Si algún burócrata leyera lo que aquí escribo obtendría una flagrante violación de la seguridad militar. Mónica, ¿qué es nuestra vida comparada con los muchos millones de años del cielo estrellado?. En esta hermosa noche, Andrómeda y Pegaso están justo sobre mi cabeza. Las he mirado mucho tiempo; pronto estaré muy cerca de ellas. Mi paz y mi felicidad se las debo a las estrellas, de las cuales tú eres la más bella para mí. Las estrellas son eternas, pero la vida de un hombre es como una mota de polvo en el universo.
A mi alrededor todo se derrumba, un ejercito entero muere, el día y la noche arden...y cuatro hombres se atarean con informes diarios sobre temperaturas y bancos de nubes. No sé mucho sobre la guerra. Ningún ser humano ha muerto por mi mano. Nunca he disparado munición real con mi pistola. Pero sé muy bien una cosa: la otra parte nunca ha mostrado ni una pizca de comprensión por sus hombres. Me habría gustado contar estrellas unas cuantas decadas más, pero ahora nada parece ir en ese sentido...


Antony Reevor,
 Las últimas cartas de Stalingrado,
Destino, 1963.
Muchos soldados alemanes escribieron cartas a sus familiares y amigos durante el largo y trágico asedio de Stalingrado, en las que relataban las condiciones dantescas en las que vivían y su premonición de una muerte cercana.Cuando el último avión despegó de la ciudad en enero de 1943, llevaba siete enormes sacas de cartas que nunca fueron entregadas, porque rezumaban desmoralización y críticas al Reich. Todas ellas aparecieron después, en 1954, y fueron publicadas en 1958 por Einaudi en el volumen Cartas desde Stalingrado. Volvió a hacerse otra edición en 1963, Las últimas cartas de Stalingrado, a cargo de la editorial Destino. Las cartas que editamos han sido recogidas del blog Cartas desde el frente. Y las hemos ilustrado con Imágines de la segunda guerra mundial.





martes, 20 de diciembre de 2011

Carta del Subcomandante Marcos a Joaquín Sabina...








"Y todo esto viene a cuento porque estaba yo solo, con mi dolor de muela y leyendo que usted camina por estas tierras. Entonces pensaba yo que usted, tal vez, estaría de buen humor y magnánimo y que podría contarle yo la historia de los dolores de muelas, mi frustrada carrera como cantautor y una muchacha que está demasiado lejos." 



Ejército Zapatista de Liberación Nacional
18 de Octubre de 1996
(como a las no sé cuántas de la madrugada)
A: Joaquín Sabina
Planeta Tierra
De: Subcomandante Insurgente Marcos
CCRI-CG del EZLN
Montañas del Sureste Mexicano, Chiapas
México


Don Sabina:

Don Sabina

Yo sé que le parecerá extraño que le escriba, pero resulta que me duele la muela y, según acabo de leer, usted camina ahora por estas tierras que, mientras no acaben por venderlas también, siguen siendo mexicanas. Entonces pensé yo que, aprovechando que me duele la muela y que usted camina ahora bajo estos cielos, pudiera yo escribirle y saludarlo e invitarlo a echarse un “palomazo” con el Sup (a larga distancia, se entiende). ¿Qué dice usted? ¿Cómo? ¿Que qué tiene que ver el dolor de muela con el “palomazo”? Bueno, tiene usted razón, debo explicarle entonces la muy extraña relación entre el dolor de muelas, el que usted camine por estas tierras, la larga distancia y una muchacha. No, no se sorprenda usted de que ahora haya aparecido una muchacha. Siempre aparece una, vos lo sabés Sabina.
Bien, resulta que cuando yo pasaba por esa etapa difícil en que uno descubre en que ya no es más un niño y tampoco alcanza a ser un hombre (esa etapa, vos lo sabés Sabina, en que las féminas se transmutan de molestas a interesantes y hay que ver la de problemas que esto provoca), conocí a un viejo que, sin que se lo pidiera, decidió que tenía que darme un consejo sobre esos seres incomprensibles pero tan amables que eran, y son, las mujeres.
“Mira muchacho —me dijo— la vida de un hombre no es más que la búsqueda de una mujer. Fíjate que digo ‘una mujer’ y no ‘cualquier mujer’. Y por ‘una mujer’, muchacho, me estoy refiriendo a una de “única”. El problema está en que el hombre siempre queda con la duda de si la mujer que encontró, si es que encuentra alguna, es esa ‘una mujer’ que estaba buscando. Yo ya estoy viejo y he descubierto una fórmula infalible para saber si la mujer que uno encontró es la ‘una mujer’ que estaba uno buscando...”
El viejo se detuvo a ver hacia todos lados, como temiendo que alguien más lo escuchara. Yo sentí que algo muy importante estaba a punto de serme revelado, así que puse cara de circunstancia y saqué discretamente un papelito y un lapicero para tomar nota, no fuera a ser que se me olvidara la fórmula (de por sí batallaba mucho con las matemáticas). El viejo carraspeó y, sin poner atención en mi papelito y mi lapicero, me confió:

“Si tú le dices a una mujer que te duele una muela y ella, en lugar de mandarte al dentista o darte un analgésico, te abraza y deja que recuestes la mejilla en sus pechos, entonces, muchacho, esa mujer es la ‘una mujer’ que andabas buscando...”
Yo me quedé perplejo, pero como quiera tomé nota de la fórmula. A mí nunca se me había ocurrido que debía pasarme la vida buscando una mujer, por más que esa mujer fuera “una de única”. A mí se me ocurrían cosas más concretas y factibles, como ser bombero, conquistar el mundo o construir un avión que se controlara sólo con el pensamiento. Respecto a las mujeres, yo me tenía en muy alta estima y estaba más propenso a que esa “una mujer” me encontrara a mí, que a buscarla yo...
Yo tenía como 10 años y una maestra de piano de la que, por supuesto, est
aba enamorado. Mi mayor empeño consistía en mirarle unos pechos que se adivinaban como el mejor remedio dental que tenía a la vista. Por supuesto que le apliqué la fórmula, pero ella sólo se me quedó viendo y me dijo que era un pretexto para no practicar en el teclado. Yo de por sí ya sabía que ella no era la mujer de mi vida, 15 años y un piano se interponían entre nosotros.


En fin, el caso es que, como quiera, seguí el consejo del viejo. Ya se imaginará usted, Don Sabina, el desconcierto que provocaba en las muchachas el hecho de que, en cuanto se presentara la oportunidad de estar solos (ese momento en el que el resto de los mortales aprovechan para acercar una mano o unos labios), yo me llevaba la mano a la mejilla y declaraba solemnemente que me dolía la muela...
Es cierto que en esa época no conseguí ninguna, pero acumulé una importante cantidad de analgésicos, antiinflamatorios, antibióticos y, por supuesto, tarjetas de dentista.
A mí ni se me ocurrió que la fórmula estuviera mal. Así que achaqué mis primeros fracasos a la falta de autenticidad en mi dolor de muelas. Por tanto me di a la dulce tarea de picarme las muelas. Y digo “picarme las muelas” en un sentido literal y no sólo comiendo dulces y bebiendo refrescos. Con clips y palillos, después de una paciente labor de meses, logré picarme dos muelas con tanto éxito que tuve que acompañar la estrategia con una fuerte dosis de antibióticos. Repetí la fórmula, ahora con la confianza de saberme auténtico, y los resultados siguieron siendo magros.
Así hubiera seguido adelante, acabando con mis muelas, si no es porque, ya adolescente, encontré a otro viejo que, cruel, me dijo:
“Mírate en un espejo y así sabrás por qué no tienes éxito con las chamacas. Tu problema está en la cara. Más bien en tu nariz. A los feos, las muchachas no les hacen caso... a menos que sean cantantes”.
¿“Cantantes”? Bueno, esta nueva fórmula le daría reposo a mis muelas (que por lo demás ya estaban definitivamente destrozadas) y me obligaría a un cambio radical en la estrategia. Claro que el problema entonces era saber qué se necesitaba para ser cantante. Resulta que no era tan sencillo como usar palillos y clips. Leí todos los manuales que pude: manuales de carpintería, cerrajería, electrónica, radio y tv, mecánica, y hasta tomé dos cursos por correspondencia, uno de piloto aviador y otro de detective privado.



Créame Don Sabina, que fue muy duro para mí darme cuenta que, con todos los avances de la ciencia y la técnica, no existe todavía ningún manual para ser cantante. Después, escuchando canciones, me di cuenta de que el problema era mayor ya que una cosa era ser “cantante” y otra más difícil era ser “cantautor” o “canta-autor” (vos lo sabés Sabina). Entonces hice trampa, es decir, escribí algunos poemas (o como se llamara lo que escribía) y dejaba siempre pendiente la música.
Por supuesto que seguí cosechando fracasos con las mujeres, pero a cambio logré darle una tregua a mis muelas y juntar una gran cantidad de papeles, papelotes, papelitos y, sobre todo, papelones (vos lo sabés Sabina) con poemas.
Seguro que todo este dilatado relato no le resuelve, Don Sabina, el misterio de la relación entre dolor de muelas, su caminar por estas tierras, la larga distancia y una muchacha. No se desespere usted, ya verá cómo al final de todo (vos lo sabés Sabina) las piezas se acomodan. Bien, continúo:
Resulta que (vos lo sabés Sabina) hay ahora una muchacha que está demasiado lejos y entonces pensé que usted, Don Sabina, podría echarme una mano y una tonadita (mire que no es lo mismo pero pudiera ser igual). Y usted podría echarme una mano si me permitiera tutearlo y, cómplice como ha sido antes sin saberlo, fingiera usted que nos conocemos desde hace mucho tiempo y que, por tanto, es perfectamente natural que usted reciba una carta del Sup redactada en los siguientes términos:

"Sabina (sí, ya sé que te desconcierta este inicial e irreverente tuteo, pero tú compórtate como si tal cosa): 'He trabajado arduamente en los últimos días en la letra que me encargaste para tu nueva canción (¡vamos, quita ya esa cara de espanto!, ya sé que no me has encargado ninguna letra para ninguna canción, pero sígueme la corriente para despistar al enemigo) pero ha sido inútil. No me sale nada original. Así las cosas, busqué en el cofre del pirata y sólo encontré un viejo y mohoso poema, que no es tan viejo y tal vez ni a poema llegue, que te puede servir si le das un poco de aliño. Es ideal para ponerle música y escalar con velocidad el hit parade internacional (no me preguntes si para arriba o para abajo), pero tú ya sabes que a nosotros los artistas (sigue fingiendo demencia, no denotes la menor sorpresa) no nos importa la fama (bueno, no mucho).
En este caso particular, a mí sólo me interesa una muchacha que está demasiado lejos para que pueda yo musitarle al oído este poema y arrancarle así, vos lo sabés Sabina, una sonrisa o una lágrima. Porque es de todos conocido que arrancar una sonrisa o una lágrima de una muchacha que está demasiado lejos, es una forma de que no siga estando demasiado lejos, vos lo sabés Sabina. El poema dice, más o menos, así:

Como si llegaran a buen puesto / mis ansias, / como si hubiera dónde / hacerse fuerte, / como si hubiera por fin / destino para mis pasos, / como si encontrara / mi verdad primera, / como traerse al hoy / cada mañana, / como un suspiro / profundo y quedo, / como un dolor de muelas / aliviado / como lo imposible / por fin hecho, / como si alguien / deveras me quisiera, / como si, al fin, / un buen poema me saliera. / Llegar a ti.

La tonadita puede ir más o menos así: tara-tarara- tarirara-etcétera, vos lo sabés Sabina. El título de la canción podría ser ‘Canción para una muchacha que está demasiado lejos’, o ‘Un dolor de muelas para ella’, o ‘Un dolor de muelas, Sabina, la larga distancia, una muchacha y el Sup’. En fin, ya se te ocurrirá algo. El crédito puede ser ‘Letra: el Sup. Música: Joaquín Sabina’, o ‘Letra y música: Joaquín Sabina (a petición del Sup)’ o como quieras.
“Vale. Salud y ojalá ella entienda.
“El Sup”.


Esa podría ser la carta que usted recibiera y aceptara, Don Sabina.
Y todo esto viene a cuento porque estaba yo solo, con mi dolor de muela y leyendo que usted camina por estas tierras. Entonces pensaba yo que usted, tal vez, estaría de buen humor y magnánimo y que podría contarle yo la historia de los dolores de muelas, mi frustrada carrera como cantautor y una muchacha que está demasiado lejos.
Y pensaba yo que podría escribirle una carta tuteándolo y pidiéndole una tonadita para un mohoso poema. Y pensaba yo que usted me perdonaría el tuteo y el pedirle una tonadita para acercar a una muchacha que está demasiado lejos, y que así se completaría el rompecabezas del inicio.
Y no para que me dispense es que le cuento todo esto Don Sabina, sino para que comprenda. Y comprender, vos los sabés Sabina, es otra forma de absolver.
Vale. Salud y ya sabe usted, si le sobran por ahí un analgésico o una tonadita, no dude en mandármelos. Ambas cosas se agradecen en este asfixiado pecho que le escribe...
Desde las montañas del Sureste Mexicano.





lunes, 12 de diciembre de 2011

Carta de Julio Cortázar a Edith Aron, la "Maga" (Fragmento)

Edith Aron



Querida Edith:

No sé si se acuerda todavía del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear muchas veces por París, para ir a escuchar Bach a la Sala del Conservatorio, para ver un eclipse de luna en el parvis de Notre Dame, para botar al Sena un barquito de papel, para prestarle un pulóver verde (que todavía guarda su perfume, aunque los sentidos no lo perciban).
  Yo soy otra vez ése, el hombre que le dijo, al despedirse de usted delante del Flore, que volvería a París en dos años. Voy a volver antes, estaré allí en noviembre. ( ... ) Pienso en el gusto de volverla a encontrar, y al mismo tiempo tengo un poco de miedo de que usted esté ya muy cambiada, ( ... ) de que no le divierta la posibilidad de verme. ( ... ) Por eso le pido desde ahora y se lo pido por escrito porque me es más fácil ( ... ) que si usted está ya en un orden satisfactorio de cosas, si no necesita este pedazo de pasado que soy yo, me lo diga sin rodeos. ( ... ) Sería mucho peor disimular un aburrimiento. ( ... ) Me gustaría que siga siendo brusca, complicada, irónica, entusiasta, y que un día yo pueda prestarle otro pullover.






Otras cartas de Julio Cortázar 

"Carta en mano" de Julio Cortázar a Felisberto Hernández

Carta de Julio Cortázar a Edith Aron, la "Maga"

Carta de Cortázar a un señorita en París

Carta de Julio Cortázar a Alejandra Pizarnik

Carta de Julio Cortázar a Edith Aron, la "Maga" (Fragmento)

 

 Grandes Obras de 
El Toro de Barro

Shamer Khair, enCarlos Morales COEXISTENCIA, Antología de la poesía isralí -árabe y hebrea- contemporánea.
2ª Edición.
PVP 10 euros
edicioneseltorodebarro@yahoo.es

Cuando tocó mi mano con sus dedos,
cuando mordió mi mano
y dejó sus labios caer sobre mi boca
como una manzana, había nubes
cabalgando encima de la tierra,
y el fuego de su alma se agitaba
como el relámpago de una tormenta de verano.
No era un espejismo, no: la tierra era
un mar sediento y encrespado,
y cuando la abrazó la lluvia, mi corazón

se llenó de guitarras, y se atrevió a cantar.


Shamer Khair












Detrás de La Maga, el inolvidable personaje de Julio Cortázar, estaba Edith Aron. Vive en Londres. Es escritora y traductora. Fuente: Amor en Carta. Recomendamos, así mismo, adentrarse en las evocaciones de Rocamadur y de Guillermo Mayr en El jinete insomne, así como repasar la entrevista a la protagonista que realizó y editó Juan Cruz en la revista Página12, que nos introduce en la compleja relación que mantuvo con el autor de La Rayuela.
Gracias a todos ellos.




lunes, 5 de diciembre de 2011

Carta de amor de Françoise Sagan a Jean-Paul Sartre





Querido señor:

     Y le llamo «querido señor» pensando en la interpretación infantil que de esta palabra hace el diccionario: «un hombre cualquiera». No voy a llamarle «querido Jean-Paul Sartre» porque resulta demasiado periodístico, ni «querido maestro» porque sé que es algo que usted detesta, ni «querido colega» porque resulta demasiado abrumador. Hace años que deseaba escribirle esta carta, de hecho, casi treinta años ya, desde que empecé a leerle, y especialmente diez o doce años, desde que la admiración, a fuerza de tanto ridiculizarla, se ha convertido en algo tan infrecuente como para que casi nos felicitemos por el ridículo. Quizá haya envejecido o rejuvenecido lo suficiente como para que en este momento no me importe nada ese ridículo al que usted, soberbiamente, jamás ha prestado la menor atención.
     Tenía especial interés en hacerle llegar esta carta el 21 de junio, un día afortunado para esta Francia que vio nacer, con varios lustros de intervalo, a usted, a mí y, más recientemente, a Platini, tres personas excelentes que han sido llevadas a hombros o pisoteadas salvajemente -gracias a Dios, en su caso y en el mío, solamente en sentido figurado- por excesos de honor o inexplicables indignidades. Pero los veranos son cortos y agitados y se marchitan. He terminado por renunciar a esta oda de aniversario, y sin embargo sentía la necesidad de decirle lo que voy a decirle y que justifica este título sentimental.
Por Roth Sandford

     Pues bien, en 1950 empecé a leer de todo, y Dios o la literatura saben a cuántos escritores he admirado y cuántos me han gustado desde entonces, sobre todo escritores vivos, de Francia y de otros países. Después he conocido a algunos, también he seguido la carrera de otros, y si bien todavía quedan muchos a los que admiro, usted es sin duda el único al que sigo admirando como hombre. Todo lo que me prometió a mis quince años, una edad a la vez severa e inteligente, una edad sin ambiciones precisas y por tanto sin concesiones, todas esas promesas las ha cumplido usted. Ha escrito los libros más inteligentes y honrados de su generación, ha escrito incluso el libro más rebosante de talento de la literatura francesa: Las palabras. Al mismo tiempo, siempre ha acudido humildemente al socorro de los débiles y de los humillados, ha creído en la gente, en las causas, en las generalidades, en ocasiones equivocándose como todo el mundo, aunque (y en esto, contrariamente al resto del mundo) habiéndolo reconocido en todo momento. Se ha negado obstinadamente a aceptar los laureles morales y todas las gratificaciones materiales de su gloria, ha rechazado el supuestamente honorable Nobel cuando nada tenía, tres veces fue objeto de atentados con explosivos durante la guerra de Argelia, se vio en la calle sin pestañear, ha impuesto a los directores de teatro las mujeres que le gustaban para papeles que no eran exactamente los que más se adecuaban a ellas, dando así fe con todo fasto de que, para usted, el amor podía ser, al contrario, «el duelo clamoroso de la gloria». En resumen, ha amado, escrito, compartido y entregado todo lo que podía dar y que era en realidad lo importante, al tiempo que rechazaba todo lo que se le ofrecía en nombre de la importancia. Ha sido usted hombre tanto como escritor, jamás ha pretendido que el talento del segundo justificara las debilidades del primero ni que la felicidad de crear autorizara de por sí a despreciar ni descuidar a sus allegados ni a los demás, a todos los demás. Tampoco ha afirmado nunca que equivocarse con talento y de buena fe legitime el error. De hecho, no ha buscado usted refugio tras la famosa fragilidad del escritor, esa arma de doble filo que es su talento, evitando con ello caer en el común de los narcisos, que no es sino uno de los tres roles reservados a los escritores de nuestra época, junto con los de pequeño señor y gran lacayo. Al contrario, lejos de blandir, como tantos otros, entre delicias y clamores, esa supuesta arma de doble filo, ha pretendido que fuera eficaz, ágil y ligera en su mano y se ha servido bien de ella, la ha puesto a disposición de las víctimas, de las auténticas víctimas, de las que no saben escribir, ni explicarse, ni pelear, ni siquiera a veces quejarse.
     Al no pedir a gritos justicia porque no era su deseo juzgar, al no hablar del honor porque no deseaba ser objeto de honra, al no evocar siquiera la generosidad porque ignoraba que era usted la generosidad misma, ha sido el único hombre de justicia, de honor y de generosidad de nuestra época, trabajando sin cesar, dándolo todo por los demás, viviendo sin lujos y sin austeridad, sin tabúes y sin celebración alguna, salvo, claro está, el triunfal júbilo de la escritura, haciendo el amor y dándolo después, seduciendo aunque siempre presto a dejarse seducir, desbordando a sus amigos con sus opiniones en todos los frentes, consumiéndoles con su velocidad, su brillo y su inteligencia, aunque volviendo siempre a ellos para ocultárselo. A menudo ha preferido ser utilizado, manejado, a ser indiferente, y también a menudo ha preferido verse decepcionado a negarse a una expectativa. ¡Qué vida tan ejemplar para un hombre que nunca ha deseado ser ejemplo de nada!
    


     Y aquí le tenemos, privado de la vista, según dicen incapaz de escribir, y a buen seguro sintiéndose tan desgraciado como cabe imaginar. Quizá le guste saber que en los últimos veinte años, allí donde he estado -en Japón, en Norteamérica, en Noruega, en provincias y en París- he visto como hombres y mujeres de todas las edades hablaban de usted con la misma admiración, confianza y gratitud que le expreso aquí.
     Este siglo ha revelado ser loco, inhumano y podrido. Usted ha demostrado ser un hombre inteligente, tierno e incorruptible. Y sigue siéndolo. No sabe cuánto se lo agradecemos.


Françoise



Esta carta fue incluida en Desde el recuerdo, las memorias en las que la novelista francesa dibuja los perfiles de su relación con el filósofo marxista. La escribió en 1980, y la editó en el periódicio L'Egoiste con la autorización de Sartre, con el que -más allá de algunas comidas y actos literarios- apenas sí había mantenido contactos -y siempre esporádicos e intrascendentes- desde hacia más de veinte años. Con motivo de su lectura, el filósofo -que agotaba su último año de vida, en medio de la ceguera- y la novelista reanudaron e intensificaron su relación. "Creo -nos cuenta- que formábamos el dúo más curioso de las letras francesas y los jefes de comedor revoloteaban ante nosotros como una bandada de cuervos asustados". La frecuencia de sus encuentros se vio profusamente incrementada. "Me daba -nos precisa- mucha pena dejarle delante de la puerta de su casa, de pie, con los ojos en mi dirección y el aire afligido cuando yo me iba"
Sagan pudo disfrutar de los últimos momentos de la vida de un hombre realmente feliz, que había hecho siempre todo lo posible "para no destruir... a esas mujeres que a veces le llamaban a medianoche, cuando volvíamos de nuestras cenas, o por la tarde, cuando tomábamos el té, y que sonaban tan exigentes, tan posesivas, tan dependientes de ese hombre enfermo, ciego y desposeído de su oficio de escritor. Esas mujeres que por su propia desmesura le restituían la vida, su vida de hasta entonces, su vida de mujeriego, de pendón, de mentiroso, de hombre compasivo o de comediante"...  
Sartre murió muy poco tiempo después. "Fui a su entierro sin dar demasiado crédito. Sin embargo resultó un hermoso entierro, con miles de personas de todo tipo que también le querían" pero que, sin embargo, "no le echarían de menos cada diez días, todos los días"... 
La escritora vivió sus últimos años casi case en la indigencia...